Sustantivos y adjetivos

Sustantivos y adjetivos

La nueva mania de calificar lo incalificable u obvio

Tras la epidemia de los ministros y ministras, frailes y frailas, pilotos y pilotas… que hay que usar para mostrar corrección política al hablar, se añade últimamente un nuevo despropósito: la adición de adjetivos que califican cosas que se califican por si mismas sin necesidad de acotarlas, a menos que se pretenda que su gravedad es excusable fuera del ámbito en que se adjetiva. Los ejemplos son muchos: violencia de género, pobreza energética, política social, discriminación homofoba, y un largo etcétera.

Que pasa ¿es que la violencia, si no es de género, es menos grave? Obviamente, la violencia siempre es del más fuerte al más débil (en un sentido amplio, ya sea físico, psicológico, o simplemente porque el violento dispone de un arma, aunque sea un alfeñique contra un armario). En este contexto, no se entiende que tengamos leyes distintas según el sexo del agresor y del agredido, es más, es un auténtico atentado a cualquier concepto de igualdad. Por un lado, reivindicamos una rigurosa igualdad hasta en el lenguaje, cosa absurda al margen de aportar divertidísimas peleas (Pérez Reverte vs Francisco Rico, que pena que ambos sean machos, sino aun hubiese sido más suculenta), y por otra, los jueces se verán obligados a mirar la entrepierna de agresor y agredido a la hora de dictar sentencias. Por cierto, antes que se nos acuse de hacer el juego a ultras que se apropian de este tipo de disfunciones: en ningún caso se aboga por suprimir programas de protección y ayuda a victimas de esta lacra social; al contrario,  es inaceptable que sigan existiendo victimas después de poner una denuncia, o que veamos que este tema se agrava con las nuevas generaciones a pesar de un supuesto sistema educativo «no sexista», y por tanto, las políticas al respecto requieren ser reforzadas, en ningún caso reducidas.

Volviendo al tema central, mejor aun es lo de la pobreza energética. Por lo visto uno puede ser pobre energéticamente mientras se atiborra de caviar. El drama es carecer de recursos para pagar las facturas de lo más básico para sobrevivir. Si en cambio lo único que no se puede pagar es el gas o la electricidad, no tenemos un “pobre energéticamente”, sino simplemente un caradura. En este mismo sentido, si socialmente se considera aceptable no pagar alquileres, o la energía, ¿porque sigue siendo delito no pagar en la tienda de alimentación? No se trata en ningún caso de defender a las empresas energéticas, pero es un despropósito por un lado concederles via BOE miles de millones en beneficios por incompetencia de políticos y reguladores, mientras que por otra se les obliga a entrar en el juego de que una deuda es más o menos exigible según el tamaño y los recursos de pagador y cobrador, idea que puede ser nefasta y generar conflictos inacabables en el futuro. El pretender afrontar la “pobreza energética” sin atreverse a asumir la pobreza en toda su dimensión no es más que una hipocresía, típica de la política de parches a que nos están acostumbrando nuestros gobernantes.

Lo de la política social ya lo hemos tratado en otra entrada. ¿Para qué sirve la política si no es social? ¿Cómo se interpreta esto tan manido de que “en los presupuestos de este año hemos aumentado el gasto social en x %? ¿Es que hacer carreteras no es gasto social? ¿Alguien ha visto una autopista solo para coches oficiales o de ricos? ¿Los trenes son solo para las rentas altas? ¿La policía, o la justicia, no es gasto social? ¿A quién sirven los funcionarios cuyo sueldo pagan todos los ciudadanos?

Por último, para no agotar al lector, tenemos las cuestiones homófobas, o aun mejor las LGBT (por cierto, que tenemos la impresión -no científicamente comprobada- que este abecedario es expansivo con el tiempo). Discriminación, agresión, persecución, … ¿realmente necesitan ser contra un colectivo determinado para ser reprobables? ¿No sería mejor que nuestra sociedad fuese intolerante y actuase al respecto SIEMPRE Y EN TODO CASO?