Negocio y Pirateria

Negocio y pirateria

Una historia personal

En mi juventud, allá por los años sesenta y setenta del siglo pasado, utilizaba el servicio de préstamo de la biblioteca de una institución británica para sacar discos, que después grababa en casa, primero en cinta magnetofónica, y posteriormente también en cassette. En consecuencia, confieso haber pirateado.

 

Según la opinión dominante, este es un pecado nefando, que priva a los pobres artistas –en este caso Bach, Beethoven, etc.- de su pobre y justa retribución, y a las discográficas, de los ingresos que requieren para su altruista labor de mecenazgo. Lo mismo podría decirse de la fotocopia de libros.

 

O sea, que según esta misma opinión, negocio y piratería son opuestos, y la piratería sería uno de los principales obstáculos no solo al negocio sino sobre todo a la creación intelectual. Vaya por delante que en ningún caso queremos defender el pirateo, o aún menos, creemos legitima la actividad de copia ilegal para su posterior venta, lo que entra de lleno lógicamente y sin paliativos en el ámbito criminal. No obstante, hay mucha hipocresía al hablar de este tema, y por tanto es procedente hacer un análisis menos superficial de la cuestión.

 

Enlazando con el primer párrafo, ahora ya a punto de la jubilación, además de las cintas y K7s que aún conservo, en mi base de datos de música, que solo recoge material “sólido”: discos, CDs, Laserdiscs, DVDs y BlueRays, todos ellos comprados o recibidos como obsequio, todos ellos pues totalmente legales, se recogen más de 10.000 entradas de obras de música. Son muchos metros de estantería con miles de unidades. ¿Realmente se me puede acusar de haber hecho perder negocio a artistas o discográficas? ¿No será más bien el contrario, y que mi afición se pudo desarrollar gracias al pirateo cuando aún no disponía de los recursos para comprar?

 

Y puestos a consideraciones éticas, ¿es lógico que haya devengado derechos de autor reiterados por música que he ido comprando sobre diferentes soportes que la propia industria ha ido convirtiendo en obsoletos? Hay obras de las que dispongo de la misma versión exacta en disco LP, en CD, y en  Super Audio CD, en tres o más soportes. Por cierto, los Laserdiscs degeneran con el tiempo y se vuelven ilegibles. Con ello, una parte significativa de mi colección de laserdiscs son intocables ¿a quién tengo que reclamar? ¿No es esto también una estafa, en este caso al consumidor?

 

Siguiendo con la cuestión industria vs consumidor, alguien debería explicar el precio de algunos productos, que son una escandalosa invitación al pirateo. Hace poco se podían comprar en unos grandes almacenes las obras completas de Mozart por menos de 100 euros. Se trata de una colección de mas de 150 CDs, con buenas grabaciones, en muchos casos por intérpretes de absoluta referencia, ¡a menos de un euro por hora! ¿Como se explica pues que muchas novedades en este mismo soporte se ofrezcan a más de 20 euros? ¿No será que ciertos artistas pretenden ya poder comprar un jet privado con lanzamientos de obras cuyas ventas abarcan poco más que su familia?

 

En el caso de los libros sucede algo bastante parecido. En el caso del libro físico seria debatible el coste de impresión, encuadernación, distribución, etc., pero en el precio de los libros electrónicos está claro que el coste marginal es prácticamente nulo, y por ello resulta difícil de justificar la escasa diferencia en el precio de un texto en soporte físico o virtual. Es un hecho que deslegitima muchos de los argumentos que se utilizan en contra de la copia ilegal. Se arguye además el desincentivo que produce sobre la creación intelectual. Seamos sinceros, cualquier historia del arte y los artistas demuestra que la creación artística más sublime nunca ha ido ligada al afán de lucro. Es más, muchos artistas crearon sus obras cumbres previamente a cualquier reconocimiento, y en muchos casos la fama y la riqueza solo les sirvió para empezar a parir obras mediocres muy por debajo de sus primeros trabajos. Tampoco aquí defenderemos que el arte deba estimularse con la miseria; es justo y necesario que cualquier trabajo obtenga una retribución acorde a su calidad, y pocas injusticias históricas son equiparables a lo que le sucedió a Van Gogh, es vergonzoso ver lo que cobran ciertos deportistas, a la vez que Jesús Moncada tuvo que sobrevivir con traducciones hasta el fin de sus días. Pero un argumento falaz lo es por falso, no por injusto.

 

Igualmente discutibles son algunos mecanismos de combatir la piratería. La guinda del pastel son las tasas sobre soportes que sirven a tal uso, como las cintas, CDs vírgenes, etc., que además cobran entidades como sociedades de autores que, como se ha visto en los juzgados, “defienden” los intereses de los “creadores”. Paradojas tanto por el lado del que paga como del que cobra. Por el lado del que paga, imaginemos que, ante la constatación que la velocidad media en autopista es de 130 km/h, superior a la velocidad legal de 120, se enviase una multa a todos los conductores ya que, aunque Vd en concreto nunca vaya por autopista, como en promedio la gente corren más de la cuenta hay que atizarles ¡Brillante! Por el lado del que cobra, ¿como se distribuyen las tasas? ¿Por qué tiene que cobrar alguien que no vende prácticamente nada de sus obras?¿Y porque tienen que vivir a cuerpo de rey los directivos de la sociedad de autores que nada crean?

 

Estas mismas tasas son además un desmentido del objetivo que dicen pretender. Si compro un CD regrabable para guardar mis fotos, y me cobran una tasa sobre la piratería, me están estafando. Y si no es el caso, dado que estoy pagando por algo, automáticamente quedo legitimado para hacerlo, es decir, esta misma tasa es un “waiver” para realizar aquella actividad que dicen ilegal y pretenden desincentivar. Toda una contradicción.

 

Por lo dicho y muchas cosas más, no debería frivolizarse tan a la ligera sobre el tema de la piratería. Indudablemente debe ser combatida, pero en un contexto razonable y no solo para dar coba a colectivos de amplia resonancia social. Incluso en algunos casos, la piratería ha sido fundamental en el desarrollo de ciertas industrias. Veamos un par de ejemplos. El segundo, nada menos que la sociedad digital.

 

Los siglos XVII y XVIII fueron extraordinariamente importantes para establecer las bases del desarrollo científico y tecnológico en que se fundamenta la actual prosperidad de una parte significativa y creciente de la humanidad. En la difusión del conocimiento  jugaron un papel central las sociedades científicas, notablemente en Inglaterra y en Francia. El caso de esta última es la “Academie Royale des Sciences”, que a partir de 1666 empezó a editar unas memorias anuales con noticias y descripciones de las principales novedades y descubrimientos de la época. Su equivalente en Inglaterra, la Royal Society –que estuvo presidida por Newton- hacía lo propio por aquellos mismos años con las “Philosophical Transactions”.

 

Las ediciones anuales de la “Histoire de l’Academie Royale des Sciences … avec les memoires de mathematique et physique…” eran publicadas normalmente por la “Imprimerie Royale” en ediciones en 4º mayor, con numerosas laminas grabadas en cobre. Todo este rollo tiene que ver con nuestro tema en que todas estas ediciones fueron rápidamente pirateadas en ediciones más modestas, en 12vo, a menudo sin los artículos menos importantes. No fueron el único caso, hay ediciones piratas de muchos de los textos importantes de la época. Visto en perspectiva, por mucho que se trató de una actividad fraudulenta, cabe preguntarse si tal pirateo no contribuyo positivamente al progreso de entonces. Sería interesante, y no nos consta que se haya hecho, una tesis doctoral sobre cuáles de los científicos importantes de la historia de la ciencia se basaron en sus trabajos en ediciones pirateadas. Téngase en cuenta que en aquella época el precio de los libros era prohibitivo para el común de los mortales.

 

Análogamente, el pirateo ha jugado un papel fundamental y poco reconocido en la creación de la sociedad de la información, por la explosión de la microinformática. La explosión en la penetración del PC en nuestra sociedad no se hubiese producido –o hubiese sido extraordinariamente más lenta- sin el pirateo del software. Repasemos la historia.

 

Aunque su origen es algo anterior, podemos situar la generalización del uso de las herramientas informáticas a nivel empresarial hacia la década de los 70 del siglo pasado. Primero las empresas más grandes, y poco a poco también algunas PIMES. Inicialmente “mainframes” –grandes ordenadores- ubicados en espacios dedicados y servidos por una cohorte de técnicos en bata blanca. Fue el mundo de un cuasi monopolio de IBM, que no solo suministraba los equipos sino que asimismo formaba al ejército de analistas de aplicaciones, técnicos de sistemas, operadores, etc. que diseñaban y  escribían los programas, perforaban las fichas, cargaban y descargaban cintas y discos duros etc. de unas neveras y lavadoras que llenaban salas enteras con aire acondicionado, los llamados “centros de cálculo”, el sancta sanctorum y orgullo de cualquier empresa importante. Una babelia  de multiples lenguajes como el Assembler, RPG, COBOL, PL/1, FORTRAN, etc. bajo un “Job Control Languaje” (JCL) especifico de cada máquina y equipo. Hablamos de “grandes ordenadores”, aunque sus prestaciones -velocidad de cálculo, memoria, almacenamiento,…- eran ridículas comparados con un simple teléfono móvil actual. Fue el mundo de HAL en la película 2001 de Kubrick, en que el futuro aún se visualizaba con pantallas de fosforo y teclados alfanuméricos, si bien con un ordenador ya capaz de pensar, hablar y oír y por tanto de pecar.

 

Poco a poco este mundo fue creciendo hacia abajo con los llamados miniordenadores (aunque cada vez con prestaciones crecientes), que permitieron a un universo cada vez mayor de sectores y empresas el acceso a la sociedad de la información. Este fenómeno se realimentó con la entrada de varios nuevos suministradores de equipos –Digital, Hewlett Packard, NCR, Control Data, Nixdorf, …- que dinamizaron el mercado por la fuerte competencia entre ellos. En paralelo, la invención del circuito integrado y el microprocesador abría la puerta a la creación de equipos compactos de sobremesa. Algunos se atrevieron incluso a ofrecer aparatos para chiflados tecnófilos en su propia casa: el Sinclair Z80, Radio Shack, ..

 

Existe un fuerte consenso que el  punto de inflexión de la informática fue la aparición del PC de IBM, a principios de los 80. Más propiamente, deberíamos hablar de Intel con su procesador 8086, y de unos sistemas operativos amigables como el CP/M o sobretodo el MS-DOS de Bill Gates. Si a ello le añadimos el supuesto error de IBM de dejar el PC como un sistema abierto, según los expertos tenemos los fundamentos de la explosión del uso de los ordenadores que inaugura la sociedad de la información.

 

Nuestra tesis es que esta explicación es insuficiente, se centra únicamente en el hardware y olvida un componente fundamental: el software y  la piratería. Sin piratería este proceso hubiese sido infinitamente más lento, y seguramente muy diferente. Vamos a explicarlo.

 

En los primeros años de los 80 un PC venía a costar, con impresora de agujas, del orden de un millón de pesetas (el triple que un coche utilitario). Si tenía disco duro (de 10 Mbytes!) o más memoria RAM el precio se disparaba aún mucho más. Esto solo incluía el sistema operativo pelado. Cualquier programa adicional venía a valer entre 100.000 y medio millón de pts. Por ello, quien compraba un PC se limitaba a añadir los programas estrictamente necesarios para el objetivo que justificaba su compra. Cosas como, por ejemplo, la contabilidad de la empresa. Nada de procesadores de texto; ¿Quién iba a ser tan bestia de comprar una máquina de escribir de millón de pelas cuando cualquiera de las más sofisticadas eléctricas de IBM valían la décima parte? Además, la calidad de impresión de las impresoras de agujas, sobre papel continuo pijama, era incomparablemente peor que la de una máquina de bola o de margarita.

 

Entretanto, aparte de lo típico en informática empresarial (contabilidad, gestión de stocks, lenguajes de programación varios para usos diversos…), iban apareciendo nuevos productos como las hojas de cálculo, CAD, bases de datos, etc..  que iban aportando tremendas mejoras en multitud de tareas de múltiples ámbitos, no solo de la actividad propiamente empresarial sino incluso de la personal. Adicionalmente, incluso en temas que parecían al margen como el proceso de textos, las ventajas de la capacidad de almacenar, modificar, compartir, textos más allá de una simple carta empezaron a hacerse evidentes; cualquiera que haya escrito un proyecto de fin de carrera, o una tesis doctoral, o un libro antes de la era informática recordara perfectamente el calvario que había que sufrir para modificar un simple párrafo en un texto de múltiples páginas. Recordemos que no había fotocopiadoras, y que las copias se hacían con papel carbón (papel cabrón decían algunos), que no permitían correcciones (el famoso tipex!).

 

Como decíamos, las empresas adquirían exclusivamente lo estrictamente necesario. Hete aquí que, ocasionalmente, aparecía un empleado con un diskette, ahora un compilador, después una hoja de cálculo (el 123, o el Symphony,…), finalmente un procesador de textos (el Wordstar, o el Wordperfect…). Y esta persona hacia una demostración de lo fácil que era usar estas herramientas y lo útiles que resultaban. Alguien copiaba el diskette, y por allí quedaba. Poco a poco, aquel único ordenador se iba convirtiendo en el centro del deseo de varias personas que hacían cola para su uso, además de su utilización para el fin original. Con ello, poco a poco, las empresas compraban cada vez más ordenadores, y ahora ya cada vez más con software legal, a la vista que aquel trasto, el PC, aumentaba la productividad no solo en los ámbitos inicialmente previstos sino finalmente para la práctica totalidad de los puestos de trabajo de la empresa.

 

Algo parecido sucedió a nivel doméstico. Yo mismo compre mi primer PC en 1983 para poder terminar a tiempo mi tesis doctoral a la vista de las carencias de los equipos que disponía la universidad, y para ello tuve que invertir la totalidad de mis ahorros. Ni con esto hubiese tenido suficiente si el vendedor no hubiese incluido en el pack, sin coste, lo que eran mis estrictas necesidades, un compilador de FORTRAN para mis modelos matemáticos y un procesador de textos para redactar la tesis. No estoy seguro, con ello, si el pirata fue el vendedor o fui yo…

 

En todo caso, las estanterías pronto se fueron llenando no solo de distintos programas, sino también de diferentes versiones de los mismos. Lo que empezó con un diskette, después se convirtió en cajas de decenas de discos. Con ello, tanto yo como miles más de personas tenían la ocasión de probar nuevos productos, que después recomendábamos en multitud de foros.

 

Pretender que una copia pirata es una venta perdida es una sandez. Mucha gente de entonces tenía los paquetes de diskettes de media docena de procesadores de textos distintos, amén de multitud de sus sucesivas versiones ¿Alguien cree realmente que nadie los hubiese comprado? En un contexto de imposibilidad de piratear, como máximo hubiese adquirido una única copia, y en muchos casos ni esto puesto que simplemente se probaban los productos por curiosidad sin una autentica necesidad de su uso ¿Cuántas personas realmente hubiesen amortizado el precio de p. ej. un programa como el AutoCAD si no es en una oficina de ingeniería o arquitectura?

 

¿Cuándo se ha ido reduciendo la piratería en el mundo informático? En el momento que los precios se han ido ajustando al valor real que aportan a los usuarios. Ciertamente, el crecimiento de la base instalada, que ahora cuenta por millones, facilita que los creadores de software repartan los costes sobre un número creciente de ventas. Pero el tema es que, al principio, este valor era sistemáticamente marginal, y sin la piratería, pocos compradores hubiesen aceptado pagar su precio, con lo que la evolución de la informática, como herramienta “personal” en vez de “empresarial”, hubiese sido un proceso extraordinariamente más lento. Y cuando decimos informática, decimos todo lo que arrastra detrás: nada menos que Internet, la telefonía móvil, los GPS, … en síntesis, toda una revolución social.

 

Conclusión: no piratee. Además de ilegal es una actividad reprobable desde muchos puntos de vista. No obstante, entre leer una fotocopia o no leer ¿qué perjudica más a autores y editores? This is the question.