Liberalismo y Globalización
Como el desprestigio de estos términos puede llevarnos al desastre
Tal como recogía hace cierto tiempo The Economist “No western democracy seems immune to today’s backlash against globalisation and economic liberalism”. Es este un fenómeno mucho más grave de lo que podría parecer, puesto que la historia demuestra que ambas cosas son dos pilares fundamentales del progreso, y el regreso al proteccionismo, al populismo y al intervencionismo conllevara sin duda un enorme coste que, como siempre, acabarán pagando los más desprotegidos y débiles de la sociedad, al igual que sucede con todas las crisis.
El porqué de este fenómeno es sin embargo bastante claro. Cuando las palabras se prostituyen y utilizan constantemente en un sentido contrario a su verdadero significado, difícilmente pueden mantener el prestigio que llevan asociado. Esta discordancia está en la base de muchos de los temas que tratamos en Oxímoron, ahora y aquí referido a estos temas económicos. Empecemos por el liberalismo.
Liberalismo real – liberalismo «fake»
¿Quiénes se llenan la boca con el liberalismo? Justamente aquellos que quieren políticas supuestamente “liberales” para mangonear a su antojo los recursos de todos. En España, los más conspicuos adalides por sus declaraciones del liberalismo económico, a la hora de los hechos no han tenido empacho alguno en colocar amiguetes incompetentes en la cúpula de las instituciones financieras que controlaban desde la política. ¿Si tan liberal era, como permitía este control político de una caja de ahorros, primero, y nombraba analfabetos en finanzas después? No solo esto, además instruía a la Caja en cuestión sobre qué acciones había que comprar o sobre que fusiones se podían apoyar o permitir en las empresas donde la caja era accionista importante. Otro liberal que sigue dando lecciones también se caracterizó por poner a su compañero de colegio al frente de una de las principales empresas del país, o sus presiones para que algún banco adquiriese pinturas de un artista amigo a precio de Goyas. Ni que decir tiene que estas instituciones financieras bajo control “liberal” quebraron y tuvieron que ser rescatadas con dinero público. ¿Cómo puede sorprender que para gran parte de la población “economía liberal” sea sinónimo de “privatizar beneficios y socializar perdidas”?
Otra patología similar del liberalismo de algunos es confundirlo con privatizaciones. En general, es cierto que el sector privado gestiona más eficientemente que el sector público, pero ello es cierto únicamente en una economía de mercado, con libre competencia. Atención, porque hemos dicho libre competencia, y esto conlleva diversas condiciones, de las cuales algunos, interesadamente, se olvidan de algún prerrequisito fundamental. Economía de mercado y libre competencia exige la existencia de suficiente diversidad de oferta, por un lado -por esto existen los órganos de competencia- pero también exige que el consumidor pueda libremente optar por “no comprar”. Pongamos algún ejemplo: las funerarias ¿Tiene la familia la opción de quedarse el muerto en casa, o enterrarlo en el jardín? No, por tanto, no podemos hablar de libre mercado, no lo es.
Otro ejemplo, la sanidad. Si a unos padres les diagnostican que su hijo tiene una enfermedad grave, estos padres harán lo que sea para curarlo, incluso vendiendo su casa si es necesario. Hablar en este caso de “libertad de elección” es un auténtico chiste de humor negro. Ante la adquisición de un coche, cualquier persona se limitará a explorar la gama que encaja con su situación económica, y a casi nadie se le ocurriría ir a un concesionario de Ferrari puesto que ya a priori excluimos optar por un superdeportivo de esta marca, aceptando que cae claramente fuera de nuestras posibilidades económicas . Si en cambio nos encontramos con que nuestro hijo tiene un cáncer, cualquier padre hará lo que sea para su curación, lo que, haciendo una analogía con el caso de la compra del coche, equivale a aceptaremos solo un Ferrari, cueste lo que cueste. En estas circunstancias, un sector sanitario privado tendera inexorablemente a ofrecer solo Ferraris, lo que rápidamente conduce a colocar Skodas a precios de Ferraris, aprovechando que tiene al cliente, por decirlo de forma coloquial, cogido por las muelas. Esto explica porque en los EE.UU. por ejemplo, el gasto sanitario ya ocupe un porcentaje mucho mayor del PIB que el de España, cuando la mayoría de expertos coinciden en que, globalmente, la cobertura sanitaria de un americano no es en absoluto mejor que la que ofrece el sistema sanitario español. Por ello, un auténtico “liberal”, que se rige por los resultados reales observados y no por la estética de las teorías, difícilmente defenderá que la sanidad de un país tiene que ser un 100% privada.
Un comentario similar podríamos hacer sobre la educación. Indudablemente un sistema mixto tiene ventajas, ya que constituye una buena herramienta de regulación y de antídoto contra las patologías que desarrollaría un sector regido únicamente por el ánimo de lucro a la hora de proveer lo que es un servicio público. El problema surge cuando en vez de introducir el elemento público como un componente más de la competencia, a esta parte pública se la quiere blindar de dicha competencia. El caso de las universidades es paradigmático: España no tiene ninguna de sus universidades entre las mejores cien en ningún ranking internacional, y en cambio tres de sus escuelas de negocios aparecen casi siempre entre las diez primeras ¿casualidad?
Además, inevitablemente, la política puede cambiar las reglas de juego, de manera que lo optativo se convierte en obligatorio. En estas circunstancias, a menudo puede tener sentido un proceso inverso a la liberalización. Tenemos el ejemplo de los bancos; mientras los ciudadanos pueden optar por tener su dinero en una cuenta corriente, o en efectivo bajo el colchón de su cama, tiene todo el sentido del mundo que tengan que pagar comisiones por la mayor seguridad que supuestamente les ofrece el banco. Pero en el momento que el ministro de hacienda dictamina que ciertas compras ya solo podrán realizarse con tarjeta ¿no tendría sentido exigir que existiese una opción pública del crédito de plástico?¿O es más bien que, bajo la excusa de aflorar dinero negro, el ministro sigue las presiones del sector financiero para aumentar su negocio, con la expectativa de algún puesto de consejero tras su cese?
Un componente esencial del liberalismo genuino es la ética y la transparencia. Justamente aquello que ha brillado por su más absoluta ausencia en la gestión de la crisis mundial de principios del siglo XXI. La lectura del libro de Yanos Varoufakis “Comportarse como adultos” es extraordinariamente explicativa al respecto: como salvar a unos bancos franceses y alemanes ocultándolo tras la apariencia del rescate de un país corrupto y despilfarrador. Aparte de su carácter lógicamente autoexculpatorio de los problemas griegos, este texto es una brillante exposición de la podredumbre del “liberalismo institucional” incrustado en el gobierno vigente de la Unión Europea. Un brillante político catalán recientemente fallecido, Antoni Subirá, aconsejaba en cierta ocasión a un recién llegado a la política: “no mientas jamás en público, porque aunque parezca que no, la gente lo percibe”. Y esto es lo que está sucediendo en el proyecto europeo, los ciudadanos perciben cada vez con mayor claridad que, bajo la excusa de un proyecto ilusionante, les están tomando permanentemente el pelo. ¿De qué sorprenderse del Brexit o del resultado de las recientes elecciones italianas? ¿Cómo se puede defender, en nombre del liberalismo, castigar a los ciudadanos más débiles de un país mal gobernado, mientras que se salvan bancos peor gestionados sin la más mínima exigencia de responsabilidades a sus directivos? Máxima dureza en la exigencia de devolución de las deudas de los griegos, ninguna reclamación en relación a los “premiums” millonarios cobrados por los altos cargos de la banca quebrada. Recortes en las prestaciones de los pensionistas de los países del sur, sueldazos y pensiones suculentas en los funcionarios de Bruselas. ¿Es esto liberalismo?
En otra entrada de la presente web advertíamos de la división de la economía en dos sectores sistemáticamente obviados en la ciencia económica habitual: la economía “normal” y la economía “parasitaria”. La primera está compuesta por las empresas que compiten seduciendo a sus clientes con el atractivo de sus productos o servicios; la segunda, por aquellas otras empresas que lo hacen en los despachos de políticos y administraciones. Esto último, ya sea forzando cambios normativos o legislativos, consiguiendo encargos públicos de obras o servicios de escasa utilidad pública, o manipulando a los reguladores para garantizarse suculentos márgenes en sus negocios, cuando no estafar directamente al pobre ciudadano. Lo sucedido en sectores como el financiero, las constructoras, y el sector medioambiental o el sector energético en Europa clama al cielo. Sucede que el liberalismo sin transparencia, es como un coche sin volante; y un liberalismo sin regulación, como un coche sin frenos. ¿Debería pues sorprender que algunas personas sintiesen aversión a los coches y propugnasen volver al carro con bueyes o la diligencia?
Volvemos pues a la cuestión de la auténtica economía de mercado, competencia abierta y libertad de elección. Es algo perfectamente reconocido desde hace muchos lustros, y por ello todos los países con economías avanzadas disponen de diferentes instituciones para regular aquellos mercados en que alguno de estos pilares se ve comprometido: por la escasez de “players”, por las barreras de entrada, por condicionantes en la libre elección del comprador, o por cualquier otra restricción. Y es que el liberalismo sin una buena regulación es inviable. Y una buena regulación comporta reguladores competentes. Lo sucedido en España en los sectores financiero o energético, por ejemplo, es la demostración más palpable de los desastres que ocurren en un entorno económico teóricamente “liberal” si falla una de sus vigas maestras. ¿De qué sorprendernos pues de la mala fama del liberalismo?
Globalización
Con la globalización sucede un problema bastante parecido. A nivel de la calle, globalización equivale a economía salvaje, sin ninguna consideración por las personas, que cierra fábricas en nuestro entorno para trasladar la producción a otros países con mano de obra barata, y sin restricciones medioambientales, ni de condiciones de trabajo o de seguridad. La arquetípica imagen del empresario con sombrero de copa, fumando un puro, y sin corazón ni ética de ningún tipo. Si encima es una empresa multinacional, peor aún, seguro que opera desde un paraíso fiscal y no paga impuestos allá donde obtiene sus beneficios.
Tal es la imagen que mucha gente tiene de la globalización. Se olvida completamente que, a menudo, un argumento equivalente fue el que atrajo a esta misma empresa a casa nuestra en primer lugar. Resulta además difícil encajar este proceso en un lógico cambio derivado de una dinámica geoestratégica y tecnológica positiva: cada vez son más los lugares donde es posible desarrollar una actividad productiva competitiva, y ello permite asimismo expandir el crecimiento y el progreso a zonas cada vez más amplias del planeta. También la tecnología destruye puestos de trabajo, pero a la vez genera nuevas actividades –a menudo de mayor valor añadido- de forma que el balance global es innegablemente positivo, como comentaremos al final.
Las críticas a la globalización esconden una tremenda hipocresía. ¿Cómo se pretende que progresen las zonas subdesarrolladas del planeta? ¿Alguien puede ser tan ignorante de creer que solo con ONGs y “actividades cooperativas” -¿Cuáles? ¿Macramé?- es posible salir de la miseria y el hambre? Ciertamente, muchos de los problemas del mundo subdesarrollado tienen que ver con la corrupción y la ausencia de gobernanza, las herencias del colonialismo o las malas artes de muchas multinacionales que aprovechan la situación para expoliar recursos naturales, pero es imposible salir de estos círculos viciosos sin una generación endógena de riqueza, por y para los habitantes del país, que permita a su gente vislumbrar por encima de la miserable subsistencia. ¿Cómo hablar de libertad a quien casi le es imposible sobrevivir?
La trayectoria clásica del crecimiento económico –agricultura y ganadería, artesanía, industria low-tech (textil, …) y así hacia una economía diversificada normal en nuestro entorno- viene bloqueada por el egoísmo de los países desarrollados que hacen inviables las importaciones de productos agrícolas por las subvenciones a la agricultura local. Si lo que se pretende es fijar a la población en zonas rurales para cuidar el entorno natural, paguémosles por ello y subvencionemos el mantenimiento de ecosistemas autóctonos, no por unos cultivos que podrían realizarse mucho más naturalmente en otras zonas, evitando así las patologías consiguientes (contaminación por nitratos en el Maresme, sobreexplotación de recursos hídricos en Almería, etc.)
Análogamente, otra vía clásica de despegue económico, la emigración, es sistemáticamente saboteada por las barreras que los países ricos ponen a quienes pretenden encontrar un futuro lejos de su patria.
La globalización ha sido el puente que permite a muchos países subirse al carro de un lento pero progresivo desarrollo, saltando el bloqueo impuesto por las barreras que acabamos de describir. ¿Que se basa frecuentemente en la explotación de trabajadores por sueldos ínfimos? De acuerdo. ¿Que las condiciones de trabajo son insalubres? Cierto. ¿Que a menudo se destroza el medio ambiente? Si, pero ¿acaso no hicimos nosotros lo propio en nuestra casa en su momento? Además, ¿alguien piensa seriamente que es posible una política de protección del medio ambiente en un país sumido en la miseria?
El hecho es que los países que han entrado en la rueda de la globalización siguen inexorablemente una misma pauta. Low-tech, explotación, catástrofe ambiental primero. Mejora paulatina de puestos de trabajo, inicio de reivindicaciones, después. Progresiva aparición de una clase media, valoración de la educación y del futuro de las siguientes generaciones, y así poco a poco, entrada en una normalidad propia ya de las economías más homologables del planeta. Cada año, millones de chinos, indios, vietnamitas, etc.. transitan por esta senda. Primero Japón, después Corea, ahora la China, han evolucionado desde la vil copia barata a la alta tecnología, y de una sociedad de pobres a otra con una amplia clase media, unos incipientes medios de comunicación no controlados por el poder, algunos millonarios, y millones de turistas que ahora nos estorban en nuestras vetustas urbes. ¿Qué mejor noticia seria que poder decir que también África ha entrado en este ciclo?
La anterior no es la única hipocresía de los contrarios a la globalización. Sistemáticamente olvidan que muchos de los logros de que presumen, especialmente en los ámbitos de la eficiencia energética y la contaminación, no son tales logros, sino una simple exportación de las actividades más consumidoras y contaminantes a los países en desarrollo. Y qué decir de la transferencia internacional de residuos y basura de todo tipo!
Lo más importante de la globalización es la gente que, poco a poco, con mucho esfuerzo y con todos los problemas que se quiera, van saliendo de la miseria y vislumbran un futuro decente para sus hijos y sus territorios. Pero es que además, en contra de lo que se cree, la globalización también beneficia enormemente a los países que son víctimas de la deslocalización. Lógicamente, la persona que ha perdido su puesto de trabajo porque su empresa ha trasladado la producción a Marruecos difícilmente estará de acuerdo con esta afirmación, pero el hecho es que sin la globalización, muchos de los productos que ahora adquirimos cada pocos años, sustituyéndolos ya no por irreparables, sino simplemente por mejores prestaciones, tendrían un precio estratosférico. Dicho de otro modo, sin la globalización, la TV que Vd. podría comprar hoy difícilmente superaría una de tubos catódicos de 25 pulgadas.
La globalización ha actuado juntamente con la tecnología en un circulo virtuoso, en que la bajada de costes amplía el mercado, de manera que aún se reducen más los costes y se hace viable un programa acelerado de R+D para el desarrollo de nuevas tecnologías y productos, completando el circulo. Con ello, el poder adquisitivo de la gente, medida no en unidades monetarias sino en aquello que es realmente importante, que son las cosas que puede adquirir con sus sueldos, aumenta de forma que un empleado medio de hoy vive mejor que un aristócrata de hace 100 años. En particular, jamás un aristócrata tuvo acceso a tantos libros, o a escuchar tanta música interpretada por los mejores músicos como ahora.
Parte importante del desprestigio del liberalismo y la globalización se explica por la realidad mediática que nos presentan los medios de comunicación. Es esta una realidad paralela, que tiene poco que ver con la realidad real, y adaptada a aquello que aporta audiencia a periódicos u otros medios. Tal como recogía una excelente critica al libro de Steven Pinker “Enlightment Now”, ni “100.000 aviones no se estrellaron ayer”, ni “137.000 personas salieron de la pobreza extrema ayer” son noticia, si bien ambas son reales, en el segundo caso como sucede cada día desde hace 25 años. Ello conduce a que sistemáticamente subestimemos el progreso de la humanidad. Sumergidos en un universo mediático de corrupción, incompetencia, accidentes, guerras y conflictos, crímenes… y glorias o desastres futbolísticos, es difícil mantener una percepción objetiva de los avances conseguidos. Según el artículo de The Economist en cuestión, el mundo es hoy 100 veces más rico que hace 200 años, y esta riqueza está mucho más distribuida. El número de personas muertas en conflictos bélicos es la cuarta parte que en 1980. A lo largo del siglo XX, los estadounidenses redujeron su posibilidad de morir en un accidente de coche en un 96%, en un incendio en un 92%, o en un accidente laboral en un 95%, cifras que deben ser muy parecidas en el caso europeo. Más sorprendente aun, a nivel mundial, el coeficiente intelectual de la humanidad ha aumentado en 30 puntos, lo que significa que un ciudadano medio de hoy se sitúa mejor que el 98% de los de hace un siglo. Ciertamente, tal como se expone en la página de presentación de oxímoron, a veces parece que sea lo contrario, pero los hechos son los que son.
A la vista de lo anterior, muchas personas se preguntaran como es que, con todas estas ventajas, siendo un país “teóricamente” liberal y habiendo sido afectados por la globalización, nuestros hijos se ven hoy en España abocados al mileurismo, o a la emigración, para sobrevivir. Como es que se expulsan del centro de muchas ciudades tantas personas por la subida estratosférica de los alquileres. Como es que hay tanto paro, especialmente entre unos jóvenes a menudo sobrecualificados. Entrar en estos temas requeriría mucho más espacio, y en otras entradas ya se apuntan varias de las principales causas. Pero lo importante es analizar fríamente que parte de estos problemas tienen relación con el liberalismo y/o la globalización, o tal vez con la falta de ambas.
Resulta comprensible la decepción de capas cada vez más amplias de ciudadanos con estos conceptos. La elección del Trump, un falso liberal (liberal solo con sus negocios) y antiglobalización, o el Brexit, o el auge de partidos xenófobos en muchos países europeos, son síntomas preocupantes del desprestigio de varios de los pilares básicos del progreso del mundo a lo largo del siglo XX. No nos atrevemos a profetizar sobre qué tipo de energía será la dominante a finales del XXI, pero sí que afirmaremos rotundamente que, fuera de un entorno liberal y globalizado, el futuro del planeta es tremendamente sombrío.