Trump y Tesla

Trump / Tesla

La posición de Trump en relación al cambio climático, y en general en relación a los temas de medio ambiente, ha tenido un fuerte impacto mediático. En general, la política ambiental del presidente americano es considerada como una catástrofe para el futuro del planeta, al descolgarse de los objetivos acordados previamente por los principales países contaminantes para evitar el calentamiento global.

 

Tenemos aquí un nuevo ejemplo de la megalomanía que asola a la política y a los medios de comunicación, que creen ser los masters del universo sobre cuyas decisiones pivota el futuro de la humanidad. Ambos se presentan como el motor central del funcionamiento de la sociedad, cuándo realmente no pasan de ser el equivalente del radiocasete del coche, un run-run que sirve para distraer el tedio de la conducción en largas distancias, con alguna esporádica interferencia que induce al conductor a modificar sus intenciones. Si alguien piensa que se trata de una exageración, solo hay que recordar el periodo entre las dos últimas elecciones en España, con un gobierno en funciones limitado a temas de trámite. ¿Cómo funcionó el país? Perfectamente, gracias. De hecho, es de las épocas con un mejor comportamiento de la economía del país y su recuperación. Tampoco se trata de menospreciar su función, ambos son extremadamente importantes para el correcto equilibrio social, sobre todo si cumpliesen su función existencial de aportar equidad y el necesario contrapeso al capitalismo y la economía de mercado, por un lado, y a la transparencia exigible a sociedades democráticas, por otro. Pero de aquí a suponer que la concentración de CO2 en la atmosfera se decide en consejos de ministros media un abismo.

 

Volviendo pues a la cuestión ambiental, la facilidad con la que la gente acepta la prepotencia de los políticos creyéndose que sus decisiones –mejor dicho, sus discursos-, son claves en la evolución de un problema medioambiental como es el efecto invernadero, constituye uno de los misterios del mundo moderno y un fuerte toque de atención sobre la calidad de la enseñanza. En la realidad, el progreso de las sociedades desarrolladas es atribuible mayormente y a menudo casi exclusivamente al progreso de la ciencia y la tecnología, y la consiguiente aplicación de los nuevos conocimientos a la economía y a la sociedad. ¿Alguien puede citar alguna acción política esencial en este proceso? Con la excepción tal vez de decisiones como la de Kennedy de situar el hombre en la Luna, que indudablemente desencadeno todo un proceso de desarrollo de la industria aeroespacial y las tecnologías de la información, difícilmente pueden encontrarse casos de real impacto (a quien piense que los reyes Católicos hicieron lo propio con Colon les preguntaríamos si realmente creen que sin ellos América aun estaría por descubrir …).

 

Hablando de Kennedy y el programa Apolo, jamás se planteó como un compromiso de “mejorar las prestaciones de los cohetes en un 10% anual”. Era evidente que se trataba de un reto tecnológico que exigía un programa acelerado de I+D, que se encargó a la NASA dotándola de los recursos necesarios y suficientes para el objetivo perseguido. Aunque eliminar emisiones parezca algo menos tangible que el acto de un humano poniendo la pata sobre la superficie lunar, el problema del efecto invernadero es igualmente concreto en cuanto a su enunciado: reducir prácticamente a cero las emisiones de gases de efecto invernadero lo antes posible. Podemos discutir si tal hito debe conseguirse el año 2050 o el 2100, o incluso la evolución entretanto de la curva del grafico de estas emisiones, conscientes no obstante que cuando menos agresiva sea dicha reducción mayor riesgo tenemos que el calentamiento sea catastrófico, pero en todo caso nos enfrentamos, al igual que con la luna, a un reto tecnológico que solo puede asumirse con un programa ad-hoc de I+D. Poca política, y mucha ciencia, tecnología y desarrollo sectorial de las industrias necesarias para este objetivo. La política solo debe intervenir para ver cómo se reparte y financia este esfuerzo, cosa de por sí ya bastante compleja, y después simplemente asegurar que se avanza a un ritmo suficiente.

 

Y es aquí donde aparece Tesla. El coche eléctrico es en cierta forma el equivalente al cohete Saturn V de la carrera espacial. Es la llave que puede abrir la puerta a una drástica reducción de emisiones. Sabemos perfectamente cómo generar electricidad sin emisiones (con renovables o nuclear), y la electricidad es un vector energético que puede cubrir la práctica totalidad de consumos finales de energía, excepto el transporte. Es en el transporte donde más insustituibles a corto plazo son los combustibles, especialmente en el transporte por carretera, -y estamos hablando de algo que prácticamente consume un tercio de la demanda de energía. Por ello, el éxito del desarrollo de un coche eléctrico competitivo –u otra tecnología como el hidrogeno- puede resultar revolucionario. Cuando hablamos de Tesla no nos referimos exclusivamente a este fabricante, la reflexión es extensible a toda la industria automovilística en su conjunto. Lo singularizamos en Tesla por lo mediático de su fundador y propietario, Elon Musk, y su encomiable obsesión en desarrollar tecnologías que contribuyan al progreso (y si además se beneficia de ello nada que objetar, contra lo que defienden ciertos papanatas). Ojala que sus actuales problemas de producción de vehículos eléctricos, o los de sus competidores, se resuelvan pronto de manera exitosa.

 

Por todo ello, si hablamos de efecto invernadero, Trump es prácticamente irrelevante, como lo son Tokio, Paris, y toda la sarta de orgias político-mediáticas que se montan sobre la cuestión. En cambio, Tesla et al son quienes merecen toda nuestra atención y apoyo para el éxito de sus desarrollos. Ciertamente, solo con el coche eléctrico no se soluciona el problema, ya que subsisten retos enormes como las emisiones de metano asociadas a la agricultura y la ganadería, o el transporte aéreo y marítimo. Pero, quien dijo que ir a la Luna iba a ser fácil?

 

¿Para cuando pues un programa de I+D acelerado de cambio radical del conjunto del sistema energético, con su financiación, equivalente al programa espacial en su momento? Qué sentido tiene que los políticos, hoy, pontifiquen sobre las emisiones en el 2050 –año en el que ya no pintaran nada-, en vez de consignar fondos en el presupuesto de I+D del año que viene que si es su responsabilidad?

 

Todo lo demás son monsergas.